Crónicas de una película no entendida.
- Mariana Castañeda
- 16 jun 2020
- 4 Min. de lectura
Era domingo a las cinco de la tarde cuando papá y yo nos disponíamos a buscar una película en la tele y encontramos una que ya habíamos visto en el cine cuando se estrenó. Pero ahora que la volvimos a ver, caímos en cuenta de que no le habíamos entendido bien la primera vez. Así nos pasa con las películas que hablan de la vida en otros planetas y lo sobrenatural, de lo pequeñita que es nuestra existencia en perspectiva a todo lo que hay en el universo, a lo desconocido.
La película es Arrival de Denis Villeneuve, y si no la han visto, disculpen ustedes por el spoiler, pero casi al final de la película, el personaje principal, que interpreta la maravillosa Amy Adams, descubre que puede ver su futuro, un futuro que trae consigo entre muchas otras cosas, una gran pérdida y con ello un profundo dolor. Aun sabiéndolo, ella no lo cambia y decide vivirlo. Mi papá admiró esa valentía del personaje y me lo dijo. - Pues qué podía hacer papá, sino seguir- le contesté. -Pues sí-, me respondió. Así hablamos él y yo en las películas, nos la tomamos muy enserio a veces, qué les puedo decir.
Pero me quedé pensando en ello, en cómo siempre pensamos en evitar el dolor a toda costa y por lo tanto nos parece admirable quien no huye de él, sino lo enfrenta.
En el caso de este personaje, hacer lo contrario era también, privarse de vivir las mejores experiencias de su vida, además de contribuir a salvar a la humanidad, por si fuera poco.
Ese asunto del dolor, me lo explicó una vez un amigo muy querido, cuando le conté que quería comenzar a hacer cosas que me daban miedo, pero que al mismo tiempo, sabía que no había otra manera de conseguir lo que yo quería. Él utilizó de ejemplo una de sus prácticas favoritas para animarme a hacerlo y a mi me resultó una analogía de la vida mísma.
-¡Es como en el box!-, me dijo, -tu mente y tu cuerpo siempre van a buscar esquivar el golpe, evitar el dolor, que en ese caso es físico, pero el chiste está en aprender a ver el dolor solo como una señal de alerta, y no como algo terrible y catastrófico, de esa manera aprenderás a leer esas señales, a lanzar el golpe, a jugar-. Yo le agradecí tal enseñanza que a él le cuestan golpes en su cuerpo, y a mí, errores al arriesgarme.
Ese día de la película, por la madrugada mi papá se puso mal y nos llamó para que lo lleváramos de urgencia al hospital.
Para cualquier persona, es doloroso ese despertar a la fragilidad de nuestra condición humana, pero para mí fue una reminiscencia. Hace un tiempo también mi madre enfermó gravemente, llevaba el mismo tiempo de no sentir ese miedo. Un miedo que descoloca, una angustia de saberse en el filo del cambio sin retorno.
En ningún momento es ni será sencillo la permanencia de un familiar en un hospital, pero debo decir que por la pandemia que existe ahora, todo es mucho peor.
Cuando llegamos a la clínica de mi padre, no estábamos enterados que era un hospital Covid. Yo me la pasaba viendo las noticias sobre la situación que se vive en los hospitales de mi país, pero no tiene nada que ver con vivirlo en carne propia, es desolador.
La dinámica, los protocolos, el aire lleno de angustia y la muerte jugando a la ruleta rusa, se vive tres o cuatro veces al día, dependiendo de los informes que provienen del interior, y que llenaron mi mente de imágenes que no creo poder olvidar.
Afuera del hospital, con todos los que esperaban como yo, de vez en cuando intentábamos distanciarnos de la incertidumbre. Algunos fumando, otros caminando viendo sus pies; yo me ponía mis audífonos, le hablaba a un amigo querido y por minutos lo lograba, pero después regresaba la duda, si debía de hacer algo más, y si las decisiones que tomaría iban a ser las mejores, sentía el miedo a equivocarme.
Soy una persona aprensiva, mi debilidad es el no hacer, por lo tanto me cuesta trabajo soltar, y eso a la fecha me ha traído varios problemas en mi relación conmigo y con los demás, con mi energía y con mi salud. Cuando estoy en situaciones como esta, en lo que menos pienso es en estar quieta, y es curioso, este tipo de situaciones llaman a esperar, a observar, a solo estar.
Afortunadamente, tras días de eterna espera, mi padre salió a salvo y estos días que he podido estar con él, he observado que soy muy estricta en su cuidado, pues no solo quiero que se recupere, sino que no volvamos a tocar ningún hospital por el momento.
Y aunque no tenga nada de malo hacer lo que está en nuestras posibilidades para salvar o cuidar de alguien, pienso también en el dolor que queremos evitar a toda costa sentir. Es esa señal natural de la que me hablaba mi amigo, que nos lleva a actuar de manera preventiva y que en el cuidado al otro, también nos protegemos a nosotros mismos. Pero también en esa búsqueda, nos olvidamos de jugar, de vivir.
Porque aún así y siguiendo la regla de la vulnerabilidad y fragilidad humana que nos compete ahora más que nunca, también nos anuncia que en determinado punto, no podremos hacer nada al respecto. Y el pensar positivo, tener esperanza, desear lo mejor y confiar, nunca será tan efectivo para lidear con ello como tener la voluntad de solo aceptarlo.
Como sea, listos o no, sucederá lo inevitable, quedará el consuelo de los nuestros, el recuerdo de lo vivido, las mañanas siempre puntuales, la consciencia de estar vivos y el hacer algo bueno con ello.
Antes de que me despida, quiero añadir que hubo también un diálogo, al final de la película que me tocó muy profundo y que me ha acompañado estos últimos días como rosario. Ella le hace una pregunta a su compañero Ian (Jeremy Renne) quien también será su futuro esposo.
Y no sé si realmente haga las cosas mejor, pero a mí me dio paz, así que se los dejo esperando (sin muchas pretensiones), que en alguien resuene tanto como resonó en mí.
-¿Ian, si pudieras ver toda tu vida, de principio a fin ¿cambiarías algo?
- No lo sé, quizá diría más a menudo lo que siento.

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