De los astros, ni hablar.
- Mariana Castañeda
- 30 jun 2024
- 3 Min. de lectura

En lo que va del año me he presentado frente a personas por lo menos unas 8 veces, al parecer no puedo hablar de quién soy yo si no es acompañada de un tic en cualquier pie que tenga cruzado.
En todas las veces titubee, y para mi muy mala e hija de la chingada memoria, que sí puede olvidar lo que iba a decir, pero nunca olvida las cosas que no me gustan de mí, en cada de una de las veces que me presenté, terminaba diciendo las frases más agudas y vacías de mi generación: “Y así.” o “Y ya.”, dejándome una sonrisa apretada, sintiéndome inconclusa, estrecha y sudorosa.
Hablar nunca ha sido mi fuerte. Cuando lo mencioné en una clase de voz, la maestra me dijo que debo de tener mucha agua en mi carta astral, al parecer eso se traduce en que me es difícil expresarme a través de la palabra hablada. Y aunque a mí la astrología no solo me gusta sino me divierte, nunca la había tomado tan en serio. Como diría Ángeles Mastretta “yo no sé hablar bien, ni lo pretendo” y yo, si solo fuera escritora lo diría con el mismo orgullo, pero para la desgracia de mi asunto, también soy actriz, a veces maestra y ahora estudiante que se pone a tomar clases, en las que se tiene que estar presentando.
En una de esas clases, teníamos que presentarnos diciendo por qué estábamos ahí o cómo llegamos a este programa de actuación que ahora curso, y en donde por la culpa de los astros, o alguna maldición que rondaba desquehacerada ese día, (permítanme la burla), cuando me tocó hablar, conté la historia de mis últimos diez años, en realidad todo comenzó desde que nací, pero mi bienaventurada cordura me dijo que era irme demasiado lejos.
En mi cabeza todo estaba resumido, y según yo, tenía claro qué situaciones habían desencadenado mi presente, y en medio de mi narración de crisis existenciales y financieras noté la dispersión de las miradas de los que escuchaban, y un particular cansancio en el aire de quién ya agotó toda su atención que le quedaba en el día; caí en cuenta que ya estaba hablando demasiado. No sé por cuánto tiempo hablé, pero debió haber sido mucho para que al final el profesor solicitara al grupo con sutileza y educación, que la siguiente persona no se tardara tanto en su presentación para que alcanzaran a pasar todos.
Mi vergüenza no era tan grande como la conclusión de que por eso no debo de hablar, al parecer pierdo noción del tiempo, del espacio y de la materia, me voy a otra dimensión, la de mi cabeza.
Ese es mi tema, o hablo poco y no digo nada, o hablo mucho y desvarío. Como Juan Gabriel quien no nació para amar, yo no nací para las charlas cortas o eficaces.
Pues bien, para terminarles de contar, resulta que no solo tengo mucha agua en mi carta astral, también tengo a mercurio en virgo, que significa, entre muchas cosas, que tiendo a ver cómo algo podría decirse o comunicarse mejor. O sea, tengo buen ojo, oído e interés afinado para detectar fallas en la comunicación y nunca estoy a gusto. Aquí es donde me río para no llorar. ¿Será que eso es lo que no me deja hablar sin sentirme tranquila después de hacerlo?
“Por eso a ti te haría muy bien cantar para expresarte”, continuó diciéndome la maestra que me dijo lo del agua, y eso me llenó de gusto y de certeza. Ahora solo tengo que resolver cómo carajos me comunicaré cuando no pueda ni cantar ni escribir.
Punto, y no espero final.
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