Un camino mejor
- Mariana Castañeda
- 20 ago 2021
- 5 Min. de lectura
A inicios de este año decidí hacer algo por mí y por cambiar la historia que me venía contando meses atrás. Una historia compartida por muchos, quizás, pero que cada quien vivió a su forma y a su sentir.
La mía estaba llena de cosas inconclusas, un par de sueños rotos, desempleo, deudas y compromisos que crecían como crecían las dudas, la incertidumbre y la impaciencia.
Aceptar el cambio no es tan difícil como ponerle una verdadera acción, y no les voy a mentir, crear nuevos caminos nunca ha sido lo mío.
La pandemia había dejado en mí un conflicto existencial, un extravío sobre lo que yo era y muy poco conocimiento sobre qué decidir. Esta vez ya no existía el hacerlo bien o el hacerlo mal, eso le quitó un poco de peso a lo que sea que entendía como mi próximo plan, que era iniciar un proyecto digital no más por el gusto de hacerlo, y salir a buscar algún trabajo que pudiera darme una rutina y un bendito salario que llegara cada quincena.
Hoy siete meses y tres empleos fallidos después, y más de diez entrevistas con anécdotas que están para llorar y para reírse, puedo decir que encontré el trabajo más esperado y afortunado que he tenido en mucho tiempo. Como ya se imaginarán, de todo hubo en el trajín que implica buscar empleo, y aunque esta haya sido una historia difícil, ha tenido su encanto. Encontré algo de ello esta mañana revisando mi agenda donde hallé un pequeño pero enriquecedor relato que escribí el día que tuve la primera entrevista a la que asistí, y se los quiero compartir, esperando también a su vez comparta ese rayito de sol cálido y reconfortador que ha traído para mí el haberla leído.
Espero les guste.
Febrero, 2021.
Hoy tuve mi primera entrevista de trabajo. Un puesto de asistente administrativo.
El señor que me entrevistó era el dueño de la empresa y uno de los miembros de la asociación del World Trade Center de la Ciudad de México. Es un señor grande, pero en todo él habita una frescura que muestra en su cordialidad y calidez al saludar.
Hablaba con la mesura y la exactitud de las personas grandes que ya han recorrido la vida a prisa tantas veces, y que ahora mejor la observan, la miden y la calculan con menos miedo y con más certeza.
Me hizo preguntas puntuales, me recordó a mi papá por la calidad de sus palabras y por lo que buscaba encontrar con su elección de ellas. Y así fue, encontró algo particular en mí que no pude evitar que encontrara, y pensé que con eso yo ya no le iba a interesar.
-Entonces, su carrera siempre va a estar dirigida hacia las artes.- afirmó sin necesitar mucho de mi confirmación, pero aún así tuvo la delicadeza de esperar a que contestara.
Yo quise decirle que no, pero fui honesta y le dije que sí, que aunque las cosas se ponen complicadas siempre he buscado la forma de regresar a mi carrera. El asintió con un ligero movimiento de cabeza, como cuando el tema ya es indiscutible.
Estábamos hablando sentados a una distancia que le permitía mirarme de pies a cabeza. Las personas de negocios se fijan mucho en la expresión corporal, eso ya me lo había contado mi papá, y lo recordé en ese momento corrigiendo mi postura y cuidando mis ademanes, mi mirada y mi sonrisa.
Por alguna razón el señor asumió que era casada, quizás por que vio los anillos que tenía puestos o quizás porque (debo aceptarlo) quizás ya doy esa impresión, nunca lo sabré; y constantemente también él miraba al piso cuando yo le contestaba alguna de sus preguntas, como si se quisiera tomar el tiempo para reflexionar lo que acaba de escuchar y así preparar su próxima pregunta.
Al parecer a ese señor le sobraba la paciencia para escucharme y para escucharse a sí mismo también.
Y yo, tan llena de miradas perdidas, tan llena de preguntas sobre mí, sobre la vida, tan en búsqueda de un camino certero, o de mi propio destino. Estaba sentada al filo de la silla con ruedas que continuamente se iba hacia atrás y la que trataba de empujar hacia adelante. Esa silla era mi vida, mi experiencia y los años que acababa de contarle que tenía, pero que al mismo tiempo era la misma vida que yo sentía tambalear e irse de mí, como si no fuera cierta, como si quisiera hasta yo misma convencerme de que era verdad. En realidad quería decirle que no tenía ni idea qué iba a ser de mí y que lo único certero es que necesitaba ese trabajo, pero no pasó mucho para que yo tomara la bendita decisión de subir mis antebrazos al escritorio para sostenerme y dejar el ridículo baile que me traía con esa silla, y así gane postura y soporte encontrando la seguridad donde intenté plantarme para decirle que sabía trabajar y que me iba a comprometer como su asistente y en todo lo que necesitara. Pero a esas alturas de la charla él ya me había observado y supe que todos sus años de experiencia lo habían entrenado para identificar a las personas que se quedarán en su empresa y a las que se irán porque se les ve en la cara y en los ojos que su camino no está ahí.
Lo miré a los ojos y en ese momento sentí que nos entendimos, y con una sonrisa dimos por enterado que esa era probablemente la última vez que nos veríamos. Pero antes de concluir la entrevista me dijo algo que me hizo querer escribirlo para no olvidarlo:
“Uno nunca sabe qué va a hacer y a qué te vas a dedicar en la vida por más que lo planees. Yo estoy haciendo algo que jamás me imaginé hacer. Yo quería otras cosas y aquí terminé, porque uno termina haciendo los caminos con los que te encontraste.”
No sé por qué me dieron ganas de llorar cuando me dijo eso. Quizás en el alma deseaba escucharlo y que alguien me dijera: -No tengas miedo si no te dedicas a eso que pensaste o que planeaste, eso también pasa-... pero también fue la impresión de escucharlo de parte de un hombre que aparentemente se veía que había logrado todo lo que se propuso en la vida, y que haya sido una vida que nunca se imaginó.
Salí con eso y di por ganado mi día, y me vine a buscar un café donde pudiera ponerme a llorar esas lágrimas que en su momento no deje salir. Quizás lloro porque en el fondo desearía que uno siempre pueda lograr lo que soñó, pero también porque hoy acepto que si eso no sucede, probablemente me encuentre otro camino, otro que no pensé, otro mejor.
Photo by Brendan Church on Unsplash

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