top of page

El hombre afortunado.

Un día conocí a un hombre bastante extraño e inusual. Un tipo de 34 años que recién regresaba de Estados Unidos, país donde había vivido durante los últimos seis años y medio. Recuerdo que cuando lo vi, supe que difícilmente me olvidaría de él, pues todo en él era contrastes. Su rostro era claramente asimétrico, su piel blanca y seca, aparentaba ser más grande o haber pasado mucho tiempo bajo el sol. Sus ojos eran tan pequeños que desaparecían cuando sonreía, y su risa también tenía un signo particular, no la hacía sonar, parecía que la ahogaba o la contenía, guardando algo dentro de ella. Bueno, qué puede opinar alguien que se la pasa riéndose a grandes carcajadas como yo, para los que me conocen, su risa era todo lo contrario a la mía.

Era muy delgado y su aspecto y forma de vestir lo hacían parecer más rudo y fuerte de lo que era, pues el hombre derrochaba confianza y amabilidad por todos lados.

Su mirada fue la que más llamó mi atención, transmitía timidez y una clara disposición a escuchar. Yo tenía muchas preguntas que hacerle por tanto detalle que en él veía y que tentaba a mi curiosidad, pero para mi sorpresa terminé sabiendo más cosas mías de las que pude saber de él.




Me preguntó a qué me dedicaba, yo le contesté con más detalle de lo que suelo contar mis cosas, el hombre daba esa confianza, y cuando menos supe ya le estaba diciendo cómo me sentía con lo que vivía. Cuando reparé en ello, guardé silencio antes de atreverme a platicarle toda mi vida. Yo también suelo ser más de las que escucha, que de las que habla (o lo era hasta ese momento), y hubo algo en su silencio que me incomodó; más bien me reflejé, pero eso es otro tema.

Él me contestó algo que no estoy muy segura por qué me lo dijo, pero supongo como en toda primera conversación buscaba encontrar algo en común. Me dijo que él conocía muy bien de mi oficio, que él también era un actor pues se la pasaba continuamente con una sonrisa, aparentando que todo está bien todo el tiempo, actúo que soy feliz y soy bueno, reafirmó.

Yo no supe qué decir, qué podía contestar a tan sincera confesión. Pero callé antes de juzgarlo o pretender entenderlo, porque aunque ambos podamos hacer algo parecido, no lo hacíamos por las mismas razones, y para vivir, en las circunstancias de cada quien, todo se vale.

Él me contó que quiere ser doctor, y que estaba buscando entrar a estudiar medicina en alguna de las escuelas públicas que hay en el interior de la república, pues estudiar aquí en la ciudad era algo que quería evitar a toda costa, quería estar lejos de sus padres ya que son personas tóxicas y no son buenas para él, así lo dijo.




No quise preguntar por qué. Y en vez de eso, pensé ¿medicina? ¿qué no ya va un poco tarde para estudiar medicina? Apenas noté esa pregunta absurda en mi mente y sentí pena por mí misma. Al parecer, algo de esa vieja narrativa que tanto me contó mi padre y que tanto me creí, sigue estando en mí, mostrándose como una angustia por el tiempo y como una manía de ponerle caducidad a todo. Pero lo bueno fue que él nunca lo trajo a tema, si es algo que está haciendo y buscando lograr, es lógico que lo que piensa es que es posible y ya está. Eso sí, estaba consciente que no le sería sencillo, había pasado mucho tiempo sin estudiar y no estaba familiarizado con cómo se llevaban los trámites aquí en México. Pero fuera de ello, no mostraba miedo e inseguridad inerte a un plan tan importante como ese, y eso lo hacía hablar con determinación. Desde ahí lo admiré. Creo que no es que no haya tenido dudas e inseguridades, pero decide no darle energía ni tiempo a ello.

Me contó todo su plan y por qué quiere ser doctor. Solo quiere ayudar. Le di un par de tips para prepararse para los exámenes y le deseé toda la suerte del mundo, lo dije en serio.



Como él seguía haciendo preguntas sobre mi persona yo seguí contestándoselas. De pronto comencé a hablar de cómo me molestaba ser tan transparente algunas veces, de lo difícil que me era ocultar mis emociones; de cómo me cuestiono si este es el camino, o si debo girar hacia otro lado, de que no sé por qué termino enseñándoles actuación a personas que no tenían nada qué ver con el medio, cosa que me desafía y me pone en duda constantemente, y que sin embargo me buscan para ello; de los proyectos que quiero hacer, pero no sé cómo, entre otras cosas. A lo que él me contestó con una simpleza y astucia que me dejo perpleja. Me dijo que yo no podía aparentar mis emociones o esconderlas del todo porque en mi arte he sido entrenada justamente para lo contrario, y por lo tanto no podía ser incongruente con lo que siento y con lo que hago. Que eso era precisamente lo que les ensañaba a los demás, a ser congruentes emocionalmente y que eso para nada resta poder, al contrario, te hace más fuerte, más claro y preciso, dijo, que tal vez eso les daba a las personas, herramientas no solo artísticas, sino también para la vida y que eso no cualquiera lo enseña, por lo que no debería yo de cuestionar mi camino, era claro que ya estaba definido. Tal vez por eso te buscan, concluyó.

Me dejó callada, afirmando con la cabeza, sorprendida de que según yo estaba lanzando preguntas y dudas existenciales solo para crear plática, pero terminé obteniendo respuestas que claramente no esperaba.



Es muy raro cómo la vida de pronto te sorprende así, te pone enfrente con quien debes de estar en el momento, llámese libro, canción, amigo, una frase o un extraño. Para que te des cuenta entre muchas cosas, de lo afortunada que eres o de lo que necesitas dejar de quejarte y empezar a hacer.

Qué tan distraída y apartada de mí me encontraba en ese momento como para que al hablar de lo mío, ignorara o decidiera ver otras cosas antes que reconocer que tengo una vida privilegiada. Supongo pasa seguido, damos más atención a todo menos lo que sí tenemos. Y no todos contamos con lo mismo para hacerle frente a aquello que buscamos. Ni todos gozamos de una familia que te apoya, o de amigos que te den tiempo y espacio, y de oportunidades que te hagan crecer. Sin embargo, fue algo que en el momento me hizo sentirme un poco avergonzada y otro tanto agradecida con la vida y con él por hacérmelo notar, pero no supe expresárselo.



Lo último que me dijo es que curiosamente se había encontrado con muchas mujeres muy poderosas, pero que algo que notaba en común entre todas ellas, es que a todas les faltaba reconocimiento de ese poder y de esos logros que han obtenido. Yo afirmé, nos despedimos con un hasta pronto, y jamás lo volví a ver.

No sé si algo de lo que yo le dije a él le ayudo, pero me hubiera gustado haber influido en algo para que él también se sintiera afortunado, pues pienso que lo es. No todos tienen esa capacidad de escuchar más allá, de conectar, de hacer ver, empatizar, realzar los talentos de los demás y que eso genere un efecto positivo. Creo que ese es justo su poder, y fue claro que no se daba cuenta cuan poderosa puede ser su palabra y el efecto que puede causar en los demás esa escucha y esa compañía que él solo sabe dar.



Pienso que así andamos muchos, sin notar lo que hacemos o provocamos en los demás, bueno o malo, no importando si lo que buscamos sea ayudar o joder, o la hayas pasado bien o mal en la vida, influimos en la vida de los demás de muchas formas y en todo momento, queramos o no . Eso no se me olvida, como tampoco me olvido de él.


Reconocerse es tan necesario como hacer consciencia de que el camino propio es también el que compartes en aquellos que se cruzan por un momento o para toda la vida. Tengamos la valía de hacerlo valer.


 
 
 

Comentarios


ACTRIZ MARIAN CASTAÑEDA

  • Instagram

©2020 por Entre boyas y osadías. Creada con Wix.com

bottom of page