top of page

El muerto

Querida Diana:


Hoy entraste al café donde te vi por última vez, tú no supiste que yo estaba ahí, ni hoy, ni tampoco ese último día. En cuanto te vi entrar, te reconocí. Ese cabello oscuro y esa nariz puntiaguda, jamás los olvidé. Entraste cuando estaba a punto de levantarme e irme, me paralicé como aquella vez, incluso peor. Te acercaste al mostrador y mientras esperabas tu café, lanzaste un vistazo por todo el lugar que terminó en la silla, donde te sentaste aquel día. Justo donde hoy estaba yo. No estoy muy seguro de que me hayas visto, pero por si logras acordarte, fui el tipo que te sonrió como un idiota. Tomaste tu cambio, tu café y te vi irte, solo que esta vez no ibas sola.

No me sorprendió verte con tu esposo, al parecer era algo que inconscientemente asumía, pero enterarme de que tienes una hija, definitivamente no lo esperaba. Está hermosa, igualita a ti.


Sé que esto puede despertarte muchos recuerdos, que como dijiste bien en tu última carta, deseabas olvidar. Y sé que ahora puede resultarte demasiado tarde e incluso insignificante, pero la vida me ha dado esta segunda oportunidad, y espero entiendas no la puedo dejar pasar.



Yo trabajaba en la estación de correos, como ya lo sabías, pero no era el gerente de zona como te hice pensar, era solo un mensajero que en su primer día de trabajo, extravió una carta donde la destinataria era, nada más y nada menos, que la hija del presidente municipal. Y antes de correrme, mi jefe me hizo ir personalmente a culparme y a ofrecerte una disculpa, y así, sin más que la suerte de aquel bendito error, te conocí.

Por la forma en la que me miraste afuera de tu puerta, supe que no te fijarías en un muchacho más chico, e irreparablemente, más pobre que tú. Razón principal por la que oculté mi verdadera identidad, y firmé a partir de entonces las cartas que te envié, a nombre de mi jefe. Quien, por cierto también, ese día me perdonó después de recibir la petición que enviaste personalmente para él, no sin antes agradeciendo el oportuno error y pidiéndole de favor, que ya no hiciera llegar cualquier otro aviso de la universidad a la que te negabas asistir. Por supuesto él se negó, como lo haría cualquier persona que no quisiera tener problemas con tu padre, pero yo no. Yo fui el que hizo desaparecer todo lo que pedías, yo ya no trabajaba ni vivía para nadie si no para ti.


Y así nació una relación a partir de una complicidad secreta y pactada en cartas, en favores y agradecimientos que me hicieron poco a poco ser tu confidente, de tu mundo y de tus pensamientos. Sé que me gané esa confianza con un nombre que no era el mío, pero fue mi boleto de entrada a tu vida y después a tu corazón, al que me negaba en rechazar y por supuesto en salir. Pronto el deseo de tenerte comenzó a ser tan fuerte que me causaba un dolor por no saber cómo decirte quien era. El miedo me paralizaba y me hacía conformarme y sentirme un ganador con solo ser el dueño de tus cartas, en donde te referías a mí como tu amor. Pero antes de que pudiera decidirme, me pediste que nos viéramos  en persona, y  aun sin saber exactamente lo que iba a hacer, fui.

 

Estuve ahí ese viernes hace cinco años. Llegué poco antes de la hora acordada, te vi entrar y mi corazón se detuvo. Pediste la mesa justo al lado de la ventana y sin voltear a ningún otro lado, te sentaste. Alcancé a oler tu perfume y escuché de nuevo tu voz, que le hacía toda justicia a tu belleza. Te tuve tan cerca, pero mientras tu estuviste esperando por mí, yo esperaba el coraje que me hiciera ir a presentarme frente a ti pero tampoco llegó, hasta que tomaste tu abrigo y te vi partir.


Cuando llegué a casa, supe que jamás me atrevería a decírtelo, que nuestra historia no sería posible y que era mejor que todo terminara de una vez. Al siguiente día, antes de que me pidieras una explicación por no presentarme en nuestra cita, te envié la pequeña foto de mi jefe que robé de su oficina, donde se veía con su esposa y su hijo recién nacido.


Por supuesto me arrepentí y sé que con ello lastimé cada parte de tu amor y toda tu ilusión. En cada viaje que hacía, aunque no fuera la ruta, pasaba por tu casa esperando en algún momento verte, hasta que a los guardias de seguridad les parecí sospechoso y me prohibieron volverme a acercar.

Solo me quedó ese café como el único lugar posible de encontrarme contigo. Pensaba en todas las formas absurdas e inimaginables para humillarme y pedirte perdón por todo. Después, me enteré que ascendieron a tu padre y que tú, te fuiste a estudiar a otro lugar.


Pero aun así no pude dejar de ir a ese café, seguí yendo los siguientes cinco años, siempre en viernes. Me sentía mal si no lo hacía, a veces ya ni siquiera compraba nada, solo entraba y me sentaba en silencio, inmóvil.

Los empleados y el dueño me aceptaron con el tiempo, bueno, más bien se resignaron. Un día descubrí que se referían a mí como El muerto. Ya llegó el muerto, susurraban… al principio, ya después lo decían descaradamente.


Hoy me has traído de nuevo a la vida Diana. Juro que iba a ir tras de ti, pero venías con ellos, tu ahora familia. Una pizca de lucidez quizás, me detuvo y supe que esta vez tenía que hacerlo bien. No tan bien, claro, porque esto implicó que los siguiera para hacerte llegar esta carta, que si la estas leyendo, tu portero me hizo el favor de darte.


Diana, después de todo fuiste tú quien me encontró, y tú mi amor, a ningún lado has llegado tarde. Estaré en el café el próximo viernes a las 5:00 pm, y al siguiente de ese también.


Te amé siempre.

Manuel.







 
 
 

Comments


ACTRIZ MARIAN CASTAÑEDA

  • Instagram

©2020 por Entre boyas y osadías. Creada con Wix.com

bottom of page