Entre preguntas, la vida.
- Mariana Castañeda
- 23 may 2020
- 4 Min. de lectura
Mi persona favorita para platicar sobre temas curiosos, raros y con o sin sentido, es mi mamá. No estoy muy segura si a ella le gustan también esas charlas conmigo, pero supongo las acepta (o se resigna) a que las saque siempre en medio de su ritual de limpieza por la noche, o cuando se pone la pijama, o se está acostando para dormir. No es necedad, se los juro que en esos momentos cuando ya es tarde y estoy frente de ella, me surgen dudas existenciales, me cuestiono cosas que me dan curiosidad o salen por algo que escuché. Me nace hacerle preguntas como si ella fuera la vida y me las pudiera resolver; de alguna forma, simbólicamente lo es.
No se emocionen, porque al igual que la vida, mi mamá, no siempre tiene las respuestas, y si las tiene no me las dice, se queda callada, espera a que me canse de hablar (nunca pasa), apaga su luz, me saca de su cuarto o me dice, Mariana no me jodas, vete a dormir. Otras veces, cuando ambas tenemos que dormir en el mismo cuarto, porque estamos de viaje o porque alguien más está durmiendo en el mío, y no le queda de otra más que escucharme, me contesta con sucintas frases, dejando siempre un punto final en su tono, con la expectativa de que así quede por terminada la conversación, pero yo siempre agrego dos puntos seguidos y continúo: ¿tú que hubieras hecho? si esto hubiera pasado, ¿qué habrías decidido? ¿ y entonces qué significa...?, etc.
Aunque para mi mamá mis pláticas sean a veces un mosco rondando sobre su cara, sé que también así me enseña, saca la paciencia que toda mamá recicla y escuchándome es como me ayuda a aclararme, a calmar ansiedades que no solo la noche, sino el vivir me traen. Me ayuda a resolver aspectos de mí, de mis opciones, a saber qué decidir. Ella nunca me dice qué hacer y a veces me hace otras preguntas que me hacen pensar y regresarme a mi cuarto más confundida, pero también un poco más en paz, con menos angustia, e incluso, con nuevas ideas.
Por supuesto he aprendido a vivir sin tener todas las respuestas, como aprendí a vivir sin ella. Hemos vivido mucho tiempo en ciudades distintas, por eso cuando la tengo cerca la aprovecho y no la dejo en paz; pobre, su trabajo conmigo es interminable.
Una noche de esas donde yo no me callaba, le pregunté, ¿Si no hubieras sido mamá, qué hubieras sido? Feliz, Mariana, me contestó, hubiera sido feliz. Me hizo reír mucho.
Ahora más en estos tiempos que estoy en casa y sin ella, por las noches antes de apagar la luz, me surgen preguntas que me hacen extrañarla, me acuesto esperando no olvidarlas hasta cuando la vuelva a ver.
Pero a principios de esta semana, una noticia del exterior sacudió mi ser con todo y mis preguntas. La mamá de un amigo muy querido falleció, ella también era muy especial para mí.
Era de esas señoras que te arropaban como si fueras un hijo más, y así ella cuidaba de mí. Tenía cerca de ocho años de no verla, y ahora aunque quiera, no la volveré a ver más. Me entró la culpa, me pregunté por qué pasó tanto tiempo, por qué no fui un día a verla.
Recordé las últimas palabras que me dijo el último día que la vi, yo me iba a vivir a otra ciudad, me dio palabras de ánimo, las recordé tan claras como si las hubiera escuchado ayer, sentí de nuevo el abrazo que me dio y que sigo trayendo conmigo, al igual de la promesa que le di.
Que frágil resulta todo, eso también lo aprendí con mamá, un día crees tener algo y al otro día deja de ser así. Nada de lo que hay nos pertenece, no somos dueños de nada ni todo está en nuestro control. Qué es la vida entonces, sino la práctica continua de soltar. Soltar el tiempo que pasa, las personas que se cruzan, las etapas, la familia.
A nadie nos gusta esa condición que ahora más que nunca nos confronta. La vulnerabilidad se volvió la protagonista de la historia que nos contaremos unos a otros cuando todo pase.
Como lo llamó Alma Delia Murillo en su libro "El niño que fuimos", cuando un niño comienza a llorar y lloran todos los demás sin saber por qué, un llanto colectivo, del que no sabemos cómo es, pero que ahora, siento, todos compartimos.
Ojalá el llanto cese, y nos sigamos compartiendo entre risas, entre platicas, entre preguntas. No porque lo otro no sea parte de vivir, o porque no sepamos cuándo nos vayamos a ir, y sea necesario hacerlo ahora o nunca, sino porque ahora estamos, hoy estamos.
Yo seguiré guardando mis preguntas para mamá, no más por joder, porque ahora entiendo, no son para ella sino para mí.
Perdón tanta joda mamá.
(Y a usted Mamalena, no me olvido.)

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