Entre sueños y algunos miedos.
- Mariana Castañeda
- 5 jul 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 5 jul 2020
Tuve un sueño muy loco, un sueño de esos que uno se despierta con el corazón acelerado y espantado. Soñé que todo se apagaba en mi cuarto, que la luz se disminuía y las cosas desaparecían lentamente, poco a poco dejaba de ver sus colores, sus tonos, sus matices y hasta sus sombras. Estaba yo acostada en mi cama, viendo ese librero frente a mí, las fotografías de mis padres y de mi hermano, mis cuadernos y mis cosas que han estado ahí desde hace mucho tiempo. Y había una vela frente a mí, tenue, muy tenue y pequeñita como cuando está a punto de apagarse y cuya luz pendía de cualquier soplido, de uno muy escaso, del mío.
Afortunadamente desperté del sueño en donde andaba y del lugar al que no me quedaron ganas de regresar ni en recuerdos. Ni la vela, ni yo nos apagamos. Y ahora lo escribo, porque como todo sueño que no quiere ser vivido, ha de ser contado.
Si algo ha de apasionarme, es conocer y explorar la vida en toda su gama de colores y sabores, y si algo agradezco siempre, es la facultad que tengo de verla, de tocarla con mis manos y con el cuerpo, de poder andar de arriba abajo, entrando y saliendo a todas partes cuantas veces pueda.
Tengan entonces por entendido que jamás me imagine llegar a vivir lo que hace apenas unos días viví, y a verme a mí misma como lo hice. De un día para otro, caminaba muy despacio para no caerme, me levantaba de la cama como si pesara cuatro veces más mi peso, y eso solo para lograr quedarme sentada. Me bañaba y me vestía con la dificultad de alguien incapacitado para hacerlo. La vida como nunca, me sacudió.
Veía el piso de mi cuarto, el lugar donde desdoblaba mi tapete de ejercicio y donde brincaba apenas un par de semanas atrás, practicando mi parada de manos, esas a las que cada vez más le pierdo el miedo a hacerlas y de las que caigo cada vez con menos torpeza. Mi consciencia no me daba para asimilar que ahora este mismo cuerpo y esos mismos brazos ya no me respondían y se vencían con rapidez.
Nada es para siempre, dicen, y lo creo yo también. Pero lo que nadie dice es que hay cosas que sí tienen su tiempo justo o aproximado y dejado a la suerte con la que sea que hayas nacido. Enterarte que puedes llegar a estar una, dos o tres semanas así, no es nada alentador. El ánimo y la alegría de vivir se vuelven cosa de cuentos, de esos que escuchas de niño y ahora solo recuerdas con una memoria vaga y difusa.
Y lo peor viene en seguida, nadie podrá sostener tu mano, ni darte un abrazo porque si lo hacen pueden llegar a pasar por eso o por algo peor. “Una enfermedad a solas“, la llamé.
-¿Será ese el dolor de la vida? ¿al que todos tememos?, ¿así se sentirá morir?- me preguntaba cada vez que respiraba lento y pausado, cuando me sudaban las manos, me veía mi piel verdosa y sentía desvanecerme en un lugar desconocido y aterrador.
Es difícil experimentar esa realidad cuando eres joven y recuerdas la energía plena y abundante que tenías apenas unos días atrás. Entenderlo no es lo mismo que aceptarlo.
Pero ahí estaba yo, aceptándolo o no, ahí estaba. Y también sentí claramente y escuché a mi cuerpo luchar, aferrarse a la vida. Mi corazón se aceleraba provocándome taquicardias, bombeando con más fuerza para que la sangre corriera más allá. Mis piernas y manos se congelaban mientras yo esperaba intranquila, me espera a mí misma reaccionar, callada y asustada.
Hoy no puedo creer que eso haya vivido yo, y así lo siento, como un sueño en el que estuve y me cuesta asimilar que es el mismo o peor en el que han estado tantos.
Jamás se me va a olvidar el llegar a sentir que lo perdía todo, como perdí dos de mis sentidos más entrañables, el olor y el gusto.
Que frágil lo es todo. Nuestro cuerpo y nuestros órganos no están a merced del deseo. No podemos elegir estar bien, esa es una vil falacia y la más cruda a la que he despertado. Pero lo que es verdad, al menos para mí, es que todo dentro de nosotros trabaja en sincronía y en congruencia, que si le das algo a tu cuerpo puede o no responder como quieres, pero siempre actúa en consecuencia. Así es la naturaleza, la misma que nos hace estar, la que nos asusta y que a veces no nos parece, o no nos conviene.
Alguna vez creí que era fuerte, mis amigos y mis seres queridos me lo decían constantemente, ahora no lo sé, también la fortaleza es efímera, pero esta vez no quise pelearme mucho con la debilidad, de la que tantas veces me escabullí en la vida. Ahora la invité a pasar por el tiempo que fuera necesaria, no por gusto, sino porque no había de otra. No estoy muy segura que algún día llegue a estar contenta con ella y con esta parte de la vida que se llama enfermedad, dolor y soledad. Pero también sé ahora que no lo puedo ignorar y hacer como si no existiera.
Hace un par de días escuché uno de mis potcast favoritos con Ana Victoria García, siempre tiene pláticas interesantes. Ahora tuvo de invitada a una chica que fundó un programa para adultos mayores, para darles calidad y acompañamiento en sus últimos días. Y decía que el principio de una vejez plena, era desearla e integrarla como una meta en tu vida y no como algo que trataras de evitar a toda costa, porque solo así la planificas. Que prudente, pensé.
Yo sé que estoy en mis 30s, y ustedes se preguntarán que qué ando yo pensando y hablando de la vejez, pero después de todo esto, no se me pareció mala idea. Porque al final solo hay de dos, o te mueres o envejeces, y yo creo estar hoy viva, aunque me queda claro, tampoco depende cien por ciento de mí.
En fin, espero la siguiente vez o en un tiempo pueda hablarles con más lucidez de la que ahora solo tengo como gotas de lluvia entre mis manos. Espero ocurra cuando recupere mi olfato con la misma potencia. Cuando vuelva a probar mis guisos sin pedirle a mi hermano que me diga si le hace falta sal, o qué. Cuando vuelva a brincar en mi cuarto como si tuviera otras dos rodillas de repuesto o como si no hubiera aún muchas noches por bailar. Cuando la vida se vuelva a asentar en mí con más firmeza y el miedo se me cuele y se me vaya por un buen tiempo lejos de mí.
Mientras, toca esperar con un poco más de paciencia, aclaro, porque ahora el tiempo me sabe distinto. Eso también cambió, ya no sé si medirlo en segundos, ahora siento que lo mido en respiros.
Abrazos.

Comments