No importa cuando lo leas.
- Mariana Castañeda
- 6 may 2020
- 4 Min. de lectura
Tus sueños son ese dibujo que hiciste de niño, donde te dibujaste a ti y a tu día favorito, junto con las personas o cosas que te hacían feliz. Con los años añades o borras cosas en él, pones más personas y mascotas o quizás las quitas. Pones una casa más grande o incluso una más chica, te dibujas en otros lugares, solo o en compañía. En medida que creces ese dibujo cambia contigo, puedes haberte deshecho de el, puedes haber dibujado otros más, pero el sueño en esencia sigue siendo el mismo.
La semana pasada me encontré un dibujo mío, bueno, un dibujo con un escrito. Hablar nunca fue mi fuerte, por eso siempre prefería escribir, eso no ha cambiado mucho. Lo que encontré fue un carta que me hice a mí misma cuando tenía 11 años y la encontré de la forma menos esperada. Aunque seguía siendo una niña, en ese momento vivía una transición importante y mis proyecciones comenzaban a ser cada vez más claras y conscientes. No sé si percibía que lo que iba a pasarme no iba a estar tan sencillo, porque lo que me escribí fue un mensaje de aliento hacia mi yo del futuro, que como dicen ahora los memes, no importa cuando lo leas, es de esos mensajes que tengas la edad que tengas, resultan tan eficaces y tan amorosos que te rescatan en días y tiempos como los que ahora vivimos.
Influenciada fuertemente por la energía del momento me dispuse a depurar mi cuarto. Después me enteré, por mi astróloga favorita, que esa energía disponible se trataba nada más que la luna en virgo, que trae consigo entre muchas cosas, la necesidad de ordenar. Y advierto, para quien no ha sido tentado en hacerlo, es una trampa.
Comencé por querer arreglar algunos cajones y poner algunas cosas en su lugar, pero me encontré con que muchas cosas no tenían su propio sitio y que para hacérselos necesitaba limpiar otros rincones; y así, una cosa me llevó a la otra, cuando menos supe ya había desarreglado lo arreglado y tirado lo recogido. Sí, muchas veces el orden viene de esa forma. Pero como también advirtió esa astróloga al final del audio que no terminé de escuchar, es que queremos ordenar por fuera lo que no sabemos ordenar por dentro. Pero yo ya tenía mi cuarto patas pa arriba, junto con mi cabeza y mis deseos también. Cómo no lo supe antes, me decía, yo que pensé que funcionaba al revés, ordenando lo de afuera se ordena lo de dentro. Pero no, creo que ella tiene razón.
Resulta que una semana atrás, me había propuesto asuntar algunos proyectos que traía en mente desde hace algunos meses. Proyectos que no solo nacieron de mi creatividad, sino de la necesidad por crear mi propio trabajo, por explorarme como dramaturga y directora, y trabajar ahora sí con quien verdaderamente quiero hacerlo. Pero poquito después el miedo llegó como suele hacerlo, sin que lo llames y en voz de mamá preocupona: qué tal que no se logra, que no obtengo ningún financiamiento, o que esos compromisos me anclan a terminar un proyecto que no tengo idea de cómo será, ni si esas personas realmente estarán. Estaba basando mi proyecto en cosas aun no concretas y arreglar mi cuarto resultaba un buen ejercicio mientras daba tiempo de aclarar mi mente, y con suerte, dispersaría esos miedos que ahora me impedían avanzar.
Así comenzó el trajín que duró una semana completa. Pero no todo fue tan mal, resulta que decidir qué se queda y qué se va comenzó a ser mi actividad favorita. Nada como la satisfacción de saber lo que quieres y poder decir sí o no sin titubear. Todo fuera como eso. Lo que me costó más trabajo fueron los papeles y recuerdos de mi infancia y de mi etapa en la escuela, esos solo los fui amontonando pues si me ponía a verlos con detenimiento, el tiempo se me iba y las ganas de verle fin a todo, me carcomían.
Los ordené por etapas antes de decidir dónde ponerlos. Compartí un par de fotos y recuerdos con mi hermano y otros con mis amigas por teléfono. Sonreí varias veces y otras simplemente movía la cabeza, un poco por vergüenza y otro poco en descontento. De ahí pocas cosas tiré, aún hay cosas que sé quiero seguir viendo. Y de pronto salieron papeles de todos mis talleres de teatro y de danza, de aquellos intentos por entrar a algunas escuelas y de mi logro cuando salí de una de ellas. Momentos de mucha frustración y desesperanza, y de decisiones que cambiaron mi vida. Mi arte y carrera me han acompañado durante muchos años, dije. Más de los que pensé.
He pasado la mitad de mi vida intentando algo que aún no sé si ya logré o quizás quiero lograr aún más cosas. Un sentimiento de insuficiencia apareció, una pregunta no dicha pero sí pensada me entristeció, ¿será este el momento de decidir dejarlo y hacer algo diferente?
No sé qué tanto pueda servir a estas alturas decirles que no tiren ni rompan nada de lo que crearon de niños, ojalá muchos tengan en su haber algo de esos tiempos, o al menos puedan rescatarlos de su memoria. Porque ver estos dibujos o fotos y papeles, hoy valen más que tres mil cursos de coaching. Todo se trata de regresar ahí, a ese estado del ser que solo es lo que es y reconocer que no exige, no fuerza, no promete, solo se acepta y se muestra cual es.
Encontré mi carta justo después de ese momento de duda y tuve un despertar que quizás de otra forma no hubiera sido tan significativo en otro momento, nunca lo sabré. Pero hoy solo me agradezco que así haya sido, que haya yo guardado aquello que ahora me indican el camino y muestra mi esencia, donde haga lo que haga no la puedo negar, porque sé que pago un precio alto cuando lo hago. Aunque hoy siga sin saber exactamente el plan, saber lo que no debo dejar de hacer y seguir insistiendo, es suficiente.
Como escuché a mi maestra en un taller al que recién me inscribí en consecuencia a mi encuentro con esa carta, y del que seguramente escribiré más adelante. Mencionaba que todo el mundo nos estamos preguntando cómo lo vamos a lograr, cómo saldremos de esta, de qué nos vamos a agarrar. ¡Pues de uno!, exclamó, nos agarraremos de nosotros mismos, como siempre lo hemos hecho.
Les deseo que regresen ahí, donde está la respuesta de todo siempre.

Comentarios