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Un azul inolvidable.

Actualizado: 9 abr 2020

Me desperté con las fotos de las playas de Acapulco limpias y cristalinas que la facilidad del Internet trajo ante mí esta mañana. Las encontraban así después de su poca afluencia de gente en esta cuarentena. Es cierto dije, no lucían así. Pero ese azul del agua me hizo acordarme justamente de mi primera vez en el mar; y fui a revisar mi álbum de fotos de ese viaje a Acapulco.

¡Que curioso! no era tan diferente al que ahora veía en las imágenes de esta mañana, veía en ellas un azul inolvidable.




Tenía 8 años cuando mi papá nos llevaba a la que sería mi primera vez en el mar. El insiste que yo ya lo conocía. Pero estar en el vientre de mi madre quien se encontraba en Cancún de vacaciones, no es precisamente conocer el mar. Les decía yo, mientras me mostraban una foto de ella en la zona arqueológica de Tulum sentada junto a mi hermano de año y medio parado sobre sus huarachitos con su pañalero puesto. Mira, aquí estabas, me señalaban la blusa rosa de mi mamá donde yo, desde sus adentros, tenía el tamaño de un cacahuate.



Papá había llegado de Estados Unidos, país donde vivía, solo para llevarnos a conocer la playa a mí y a mi hermano. Nos trajo una cámara kodak con unos cuatro o cinco cajas de rollos que yo moría por usar. Nos llevó a un Suburbia y a un Walmart un día antes de salir para comprarnos trajes de baño, unos lentes de sol y bloqueador. Éramos aun niños y aunque por ser niños no necesitas gran cosa para viajar, yo equipaba mi maleta con mis mejores atuendos, huaraches, algunas pulseras y bolsitas para cargar mis cosas. Porque desde entonces aplicaba el famoso “por si acaso” que siempre caracterizó a mi personalidad, y que me hacía añadir una pequeña muñeca, unas cartas de póker y pequeños artefactos de entretenimiento que podría sacar durante algún rato de aburrición, porque, aunque se tratase de un viaje, cuando eres niño de algo estás seguro, siempre hay momentos aburridos. 


Como mi papá quería llevar solo una maleta para todos, decidió restar algunos de mis atuendos y zapatos, para que cupiera bien todo lo demás, porque según él, estaríamos solo cuatro días y no necesitábamos mucho; y sacó mis cosas intentando convencerme con la propuesta de que allá me compraría lo que quisiera. Caí.



Apenas aterrizó el avión y yo comencé a tomar cuanta foto y clic daba el botón de la cámara. A diestra y siniestra y a cada paso que dábamos. Le tomé fotos al aeropuerto, a los pasillos largos, a papá esperando las maletas, a mi hermano acercándose a una máquina para ganar peluches, a la calle, al taxi que el que nos subíamos, a todo. Hasta que papá ya en camino, me dijo que reservara rollo para la playa. No tengo idea cuánto costaban los rollos en ese entonces, pero supongo no eran muy baratos.




El camino comenzó a ir un poco de bajada cuando de pronto vi un hilo horizontal de color azul marino que atravesaba el marco de mi ventana. Nunca se me va a olvidar el día que supe lo que significa la palabra inmensidad.



Pero la bella imagen del mar, no fue lo único que se nos quedó grabado en la memoria, pues fue ahí donde mi hermano y yo descubrimos cosas que nos acompañarían para toda la vida. Mi hermano desde entonces repudia el olor a pescado en el mar y en la cocina, no soporta la arena en sus pies o cualquier cosa que se le parezca; y yo, no puedo probar el coco tierno pues lo vomité en plena playa aquel día, ni tampoco me he vuelto a atrever a entrar demasiado al mar ni me he hecho trencitas en el cabello desde entonces.



Papá no nos dejó pasar mucho tiempo en el hotel, ni en ese ni en ningún otro viaje que hiciéramos, pues a eso íbamos, a pasear, no a estar encerrados, decía. La última noche decidió que fuéramos a ver a los clavadistas en su show nocturno. Habíamos pasado todo el día en la playa para aprovecharla por última vez y estábamos quemados y muy cansados. Pero después de una siesta que nos dejó tener, nos despertó y nos dijo que nos pusiéramos lo que fuera para salir, iríamos a ver el show, después a cenar y ya podríamos regresar a dormir. Él y mi hermano, se pusieron una playera y se enfundaron sus tenis mientras yo, abriendo la maleta descubría que ya no tenía ropa limpia para ponerme, solo un pantalón y calcetines que utilizaría al día siguiente para regresarnos y esa noche estaba haciendo demasiado calor.



A mi padre nunca le importaron las apariencias, mucho menos cuando tenía prisa. Y como siempre tuvo talento para improvisar lo que fuera, vestirme esa noche no fue la excepción. Me dio una de sus playeras grandes para dormir que nunca usó en el viaje y que me llegaba hasta las pantorrillas, y me dijo que me pusiera el traje de baño de mi hermano abajo que ya estaba seco y mis tenis que eran los únicos que no estaban mojados. Aunque él me siguiera viendo como una niña yo ya mostraba peculiar gusto por sentirme bonita, pero ellos ya estaban listos y no me quedó de otra más que callar y ponerme lo que me dio. Mi hermano se echó a las risas cuando salí de vestirme en el baño, siempre fui muy pequeña, pero esa noche me veía particularmente enana y con un bulto en la parte alta del trasero, tan raro como incómodo. Me tomó una foto aún en mi contra y salimos de paseo. Sí, tengo una foto de ello.


Con ese viaje y muchos que hicimos, comprendí que ellos siempre serían más prácticos, más rápidos, y menos especiales que yo. Aprendí a aguantarles el paso, el ritmo y la resistencia en casi todo. Aprendí a bañarme y arreglarme rápido y a llevar siempre mi propia maleta. Y aunque ellos también aprendieron que las cámaras, boletos y lentes no los debían dejar en mis manos, pues todo lo perdía y olvidaba, era precisamente en mí en quien se fiaban de traer siempre lo que se necesitaba y que sería yo la que tendría al final fotos de todo.



Uno nunca olvida su primer viaje al mar, como tampoco olvidas el momento donde cobraste consciencia de que estas creciendo y que no siempre estará mamá para salvarte de la masculinidad y de sus exigencias, pero también sabes y aprendes que siempre va a existir la forma de hacerle frente, sin perder las singularidades que te hace ser.



Que gusto ver y tener tanta foto, muestran los detalles que no siempre guarda la memoria.





 
 
 

1 Comment


halcon_vigia68
Jun 15, 2021

Fuiste mas afortunada que yo, el mar lo conoci ya de adulto, en un viaje improvisado, con poco dinero y sin una camara fotografica! Que dicha seria tener como tu un recuerdo gráfico, porque la memoria es un albun de recuerdos que con el tiempo se van desvaneciendo!

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ACTRIZ MARIAN CASTAÑEDA

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